Tolerancia cero



Es curioso que, hablando sobre la posesión y cuidado de nuestros datos personales, seamos tan bipolares. Por un lado queremos que un tercero no tenga fácil saber lo que ganamos, qué enfermedades tenemos o a quién votamos. Pero por otro, descuidamos e incluso fomentamos el desparrame de nuestros datos relativos a qué compramos, dónde vivimos o a dónde viajamos, dando carta blanca a Alexa, Google o Siri.

Qué gracia nos hace charlar con los amigos de ese restaurante tan bueno al lado del Bernabéu y que, al abrir el móvil, éste nos invite a reservar mesa.

Le tenemos miedo a la transparencia frente al conocido, tu conciudadano, pero no cuando el receptor de tus datos es un ente electrónico en una nube.


El psicólogo melillense Juan Manuel Fernández Millán publicaba en su muro de Facebook una reseña sobre el experimento de Zimbardo en la universidad de Standford, en 1969. Este profesor estadounidense dejó dos vehículos abandonados, uno en una zona rica y tranquila de la ciudad y otro en la zona pobre y conflictiva. El resultado fue el esperado: el coche “rico” estaba intacto y el coche “pobre”, desvalijado.
Zimbardo le dio una vuelta más al asunto y rompió un cristal al coche de la zona acomodada. El resultado fue que terminó siendo asaltado y robado exactamente igual que el coche de la zona pobre.

La conclusión era evidente, y la lección a aprender clara: no debemos sumar destrozo o mal uso, ni tolerar la dejadez con lo público, o caeremos en su minusvaloración. Cuanto mejor y más cuidado esté nuestro entorno, mayores serán los esfuerzos individuales por respetarlo y cuidarlo, independientemente del origen social del ciudadano. La tolerancia cero frente al incívico es la base para la convivencia que todos queremos.

Cuando al niño, al joven, no se le educa en la idea de que lo público es propio, imagina un ente abstracto que fabrica o repara las aceras, las farolas o los árboles en la vía pública mágicamente; pierde la capacidad de identificar que su actitud dañina repercute en su propio bolsillo de forma indirecta. El vandalismo y la falta de respeto a las normas se generaliza, y genera el efecto contagio que citábamos anteriormente en el experimento de Zimbardo, germinando un ambiente anárquico en las relaciones sociales a pie de calle.

Y demos un paso más en la reflexión de hoy y hablemos de lo público, de lo nuestro, en un sentido aún más amplio. No vamos a quedarnos en la papelera quemada, en el cristal apedreado o en el columpio mutilado. ¿Y si hablamos de lo más importante en lo que colaboramos los ciudadanos? El dinero público.



Los administradores que gestionan nuestros diferentes gobiernos y organizaciones, públicas om privadas, tienen por misión recaudar fondos y distribuirlos como mejor entiendan. Nuestro compromiso de aplicar tolerancia cero sobre las acciones dañinas a lo público, firmado en la sección anterior, es aplicable y ampliable a esto último. Tolerancia cero a la malversación, a la corrupción y la mala gestión. Llegando a ser inflexibles, incluso, ante la deserción en la búsqueda de la excelencia de la gestión pública.

Seguramente que en esto estamos de acuerdo y muchos de los escuchantes se sentirán tranquilos al pensar que es algo que ya hacen. Nada más lejos de la realidad. Y es que la decisión y participación en lo público es residual; es como si el gobierno fuera esa nube de la que hablábamos al principio, sabemos que maneja nuestras vidas pero nos hacemos la avestruz, con la cabeza bajo tierra.

En 2019, según Hacienda, menos de 290.000 personas pagaban regularmente la cuota a su partido político en España; los contaremos como los verdaderamente afiliados, aproximadamente un 0,13% de los que podrían.

Con esta falta de recursos humanos dedicados a la res publica deberíamos esperar un milagro para obtener buenos resultados de gestión. Parece que nadie quiere ir a los partidos políticos a aportar o trabajar. Quedando en cuatro gatos las responsabilidades, primero de ganar elecciones con propuestas y campañas, y después de legislar y gestionar lo de todos. ¿en qué manos dejamos los partidos políticos, y por ende, a nuestros gobiernos?

Como votantes, tampoco nos matamos. Se suele quedar un 30% en casa, más de diez millones de españoles. Ni vamos al partido ni vamos a las urnas, y es posible que una cosa lleve a la otra.

Lo público, lo de todos que es lo nuestro, nos importa poco. Apenas para rajar en el bar o protestar en el Facebook, que en eso sí tenemos afición.

Ante este escenario parece fácil acceder a puestos de relevancia por motivos espurios, traicionando a las verdaderas tareas de la política, o sin pensar tan mal, llegar sin las habilidades necesarias para hacerlo adecuadamente. Ante un campo abierto lleno de alimento por la falta de competencia, la selección natural apenas tiene efecto, no hay rivalidad, y no llegan los mejores. Siempre desde la perspectiva del bien general, claro.

Pero no nos importa, qué gracia nos haría salir del bar y que google nos anuncie: vota a…

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