Regañones
Ya hablamos en un anterior artículo de Vecino 2.0 sobre la nueva moda, en busca de las habituales endorfinas generadas por el reconocimiento viral, basada en la filmación del insurrecto viandante que trasgrede la norma actual paseando, sentándose en un banco, o corriendo por la calle. Adjunta a la grabación debe ir el audio, a ser posible con una serie de improperios requisitorios e insultantes, buscando el avergonzamiento del sujeto y su desistimiento. Siempre desde el parapeto de la distancia física, la razón moral y la imposibilidad de identificación.
Nos parece una práctica singular en nuestra sociedad latina pseudoeuropea, definiendo a Europa como la que no paga fiestas. En esa Europa, la central y del norte, sí se regaña. Tras siglos y siglos, suponemos, ya no es habitual; culturalmente han asimilado muchas conductas cívicas y, simplemente, las incívicas no se dan. Son respetuosos con las normas al extremo, en general, pese a las imágenes que nos puedan llegar de núcleos exaltados que simplemente dan la nota dentro del perfecto concierto social instaurado.
En Alemania, por ejemplo, si vamos por la autobahn y llegamos a una señal de 120 tachada empezarán a adelantarnos coches a más de 200 Km/h sin ningún reparo. En cuanto termina el tramo sin límite de velocidad, y se fija en 80, todos -sin excepción- cumplen la norma. Y lo mejor, aquel que no cumple es reprendido o denunciado por cualquiera de los observadores. El alemán no se calla, y actúa.
En España la picaresca está culturalmente arraigada y consentida.
En el subconsciente popular, verbalizado en ocasiones, podemos encontrar frases clásicas: ‘se está buscando la vida’, ‘estáis muy aburridos’, ‘vive y deja vivir’, y muchas otras. ¿Les suenan? Exacto. Las redes sociales han creado púlpitos, similares al balcón del reportero descrito al principio que simulan distancia física, razón moral y anonimato, y dan pie al apoyo del incívico o delincuente; generando un precioso círculo vicioso que puede empezar en el vídeo de barandilla y terminar en un comentario censor al post chivato.
Y no hace falta expresar para ser cómplice, también lo somos con el silencio. El que calla, otorga, y somos de cerrar la boca ante actitudes que no nos gustan nada, pero no lo suficiente como para regañar o denunciar. Llegando al extremo en esta descripción citaremos los continuos casos de corrupción política que hemos sufrido y sufrimos en nuestro país, con investigaciones ridículas y castigos ínfimos; o los muchos casos de violencia de género que no llegarían al drama con más colaboración ciudadana, vecinal.
En lo más profundo de nuestro ser, en una de esas capas de las que se compone nuestro acervo cultural, sabemos qué está bien y qué no. Son los miedos a ser el diferente en el grupo o la respuesta, tal vez beligerante, del reprendido, lo que nos frena y nos hace enterrar nuestro yo responsable. Desfogamos un poco en Facebook o en el bar, desde lejos. Guardando y tragando bilis. Esa amargura histórica y rencorosa, que también nos caracteriza.
Pérez-Reverte ha descrito muy bien las consecuencias de esto último, cuando intenta explicar su visión despolitizada de la guerra civil, aludiendo a “móviles personales” como los desencadenantes, y que "bajo pretextos políticos se realizaron robos y solventaron venganzas personales" de años ha.
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