WhatsApp, manipulación

Habría mucho que discutir sobre WhatsApp, da para varios artículos.

Podríamos empezar por hablar de su dueño, al menos el más popular de ellos: Mark Zukemberg. En el artículo ‘Un like, un voto’, que publiqué a finales de 2017 como Vecino 2.0, en El Faro de Melilla, contaba cómo este estadounidense podría ser el nuevo presidente con solo proponérselo, y parece que así es. Tiene el control de Facebook, Instagram y WhatsApp, por lo que planteábamos que podría adulterar los resultados de los algoritmos de evaluación de la relevancia de lo que se publica, para que nos llegara justo lo que mejor le convenga, y más, bajaría en popularidad las publicaciones que entendiera no le iba bien para sus intereses.  Por ejemplo, las propuestas estrella de su campaña electoral podrían salir en todos los móviles de los Estados Unidos, y las de sus adversarios en los pocos dispositivos que decidiera, para no hacer saltar la liebre. Estrategias y acciones que ya han sido realizadas en otros contextos por Facebook, y siendo denunciadas por extrabajadores de esta red social, obligaron a pedir perdón por ello. Existen también otras formas de manipulación, ya sea a base de software mediante los famosos boots, o incluso manualmente, con las granjas de opinión virtual de las que también hemos hablando en alguna ocasión.

Estas estrategias se ven claramente aplicables en Facebook e Instagram, en las que tenemos un time line y lo primero que sale es lo que se suele llevar nuestra mayor atención. Todos los -mal llamados- community managers nos peleamos por sacar nuestros posts de la forma y en el momento correcto para que ustedes reciban esta información nada más abrir su red social. Pero, ¿cuál sería el poder manipulativo de Mark en WhatsApp?

Sin entrar en los métodos burdos que a todos se nos podrían ocurrir, ideemos un sistema sutil y elegante para conseguir nuestro objetivo: monopolizar la información. Y el polo correcto es el mío, mi verdad. Por ejemplo, empecemos a leer lo que se comparte en WhatsApp de manera masiva, tenemos ordenadores que lo pueden hacer, y decidamos qué noticias se pueden compartir y cuáles no. Esto último se lo podemos encargar a alguna empresa especializada en el tratamiento de la información, con reputación y experiencia en contrastar información y descubrir bulos; igual a esa que hemos contratado para mejorar la calidad de la información en Facebook, invadido de fake news.

  • Mark, pero igual tenemos que cortar el ‘compartir’ de algunos enlaces a noticias y de otros no, y eso va a cantar.
  • ¿Qué pasa Chris? ¿No serías capaz?
  • Sujétame el cubata.




Esta recreación ficticia está basada en una serie de bulos y fake news que se han lanzado estos días con motivo de la decisión de WhatsApp de limitar el reenvío de mensajes que ya han sido ampliamente reenviados. Intentando cortar así la viralidad en general, para atacar particularmente a la de las noticias falsas. Es un sistema similar al de los resaltes que nos encontramos en la carretera: se ponen por unos pocos que exceden el límite de velocidad, pero los sufrimos todos los conductores.

Si se censura cierta información con intenciones políticas solo lo sabremos a posteriori, cuando los pillen y la noticia salga a la luz. Técnicamente es posible y, con la motivación suficiente, lo harán de nuevo.

Manipular, persuadir, convencer, con la intención de imponerse a los demás, es lícito solo en el amor y en la guerra, que todo vale, pero no en la vida normal. Es tan improcedente como habitual en cualquier grupo social en el que situemos el contexto: amigos, trabajo o familia. Intentamos llevar la razón y hacer nuestro antojo en todo momento, y lo terminamos consiguiendo en un porcentaje directamente proporcional al nivel de nuestras habilidades sociales.

De esto hablaremos próximamente en la segunda parte de este artículo.

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